Me dijo que entabló una relación amor-odio con la ventana. Ella había sido durante largas semanas de trabajo la mujer que no encontraba.
Descuartizar un trozo de pared para conquistar un lado B, las ganas de salir afuera, los deseos incontenibles, un rectángulo que busca amor y por gracia del amor nace y por culpa del amor tarda tanto en ser posible.
Pero a él no le importaba -en primera instancia- el tiempo, ni el polvillo que cada ladrillo desprendía al ser removido, ni tampoco presenciar la sutil manera en que las horas se tornan progresivamente más solitarias y distantes.
Aprendió con la vara del esfuerzo a arrancarle a su mujer/ventana los secretos que ella mantenía aprisionados con arcilla. Con las uñas le quitaba los excesos, con sudor removía heroicamente esos fragmentos misteriosos y profundos que antes le causaban tanto espanto y lo convertían a él en el más cobarde de sus amigos.
En las primeras diez noches lloró siempre por la misma mujer que no había podido guardar su corazón. Luego se entregó al júbilo que provoca una despedida postergada, la de esa mujer por cierto, que lo tenía cautivo en un mundo ya desarmado e inútil a fuerza de tanta fantasía que solamente él había inventado, y que puso dentro de su cabeza pequeña en sobredosis inmensas, tóxicas y peligrosas para el que apenas gatea y no puede independizarse.
[Tu no eres tu no estás tu te has ido.
Y no era que ella se había ido, él no supo, él no podía.]
Pensó en dejar la ventana inconclusa más de cien veces, pensó en abandonar todo y librar el hueco al azar de las inclemencias del clima. Analizó minuciosamente, en su habitación y a oscuras, si este sería otro de los tantos asuntos vitalicios que acumulaba. Siguió llorando en silencio y sólo salía para llegar a la cocina, calentar más agua y cambiar la yerba.
Se cumplieron 30 días desde la mañana en la que Leandro había empezado a escarvar la pared del frente de su cuarto.
Diez noches enteras
todas
mojadas
Diez días de apatía
a medias
tintas
y
Diez días
entrecortados
de supuración
Descuartizar un trozo de pared para conquistar un lado B, las ganas de salir afuera, los deseos incontenibles, un rectángulo que busca amor y por gracia del amor nace y por culpa del amor tarda tanto en ser posible.
Pero a él no le importaba -en primera instancia- el tiempo, ni el polvillo que cada ladrillo desprendía al ser removido, ni tampoco presenciar la sutil manera en que las horas se tornan progresivamente más solitarias y distantes.
Aprendió con la vara del esfuerzo a arrancarle a su mujer/ventana los secretos que ella mantenía aprisionados con arcilla. Con las uñas le quitaba los excesos, con sudor removía heroicamente esos fragmentos misteriosos y profundos que antes le causaban tanto espanto y lo convertían a él en el más cobarde de sus amigos.
En las primeras diez noches lloró siempre por la misma mujer que no había podido guardar su corazón. Luego se entregó al júbilo que provoca una despedida postergada, la de esa mujer por cierto, que lo tenía cautivo en un mundo ya desarmado e inútil a fuerza de tanta fantasía que solamente él había inventado, y que puso dentro de su cabeza pequeña en sobredosis inmensas, tóxicas y peligrosas para el que apenas gatea y no puede independizarse.
[Tu no eres tu no estás tu te has ido.
Y no era que ella se había ido, él no supo, él no podía.]
Pensó en dejar la ventana inconclusa más de cien veces, pensó en abandonar todo y librar el hueco al azar de las inclemencias del clima. Analizó minuciosamente, en su habitación y a oscuras, si este sería otro de los tantos asuntos vitalicios que acumulaba. Siguió llorando en silencio y sólo salía para llegar a la cocina, calentar más agua y cambiar la yerba.
Se cumplieron 30 días desde la mañana en la que Leandro había empezado a escarvar la pared del frente de su cuarto.
Diez noches enteras
todas
mojadas
Diez días de apatía
a medias
tintas
y
Diez días
entrecortados
de supuración
Hasta que ese día, él, se inspiró. Vació sus músculos de las perspectivas oscuras y agobiantes que venía amasando desde que empezó la causa de la ventana y se dispuso a trabajar. Así sin más. Sin vueltas, sin rodeos, sin peros, y sobre todo, sin demoras. Tuvo uno de esos momentos de lucidez extrema en los que el universo es uno y habita en el corazón de un sólo hombre solo, conectado con la luz, enraizado al cielo y al infierno, agradeciendo a las hormigas, amando sinceramente en definitiva.
Se levantó temprano y recordó unos ejercicios de yoga que realizó de inmediato. Al finalizar tomó unos mates amargos y subió a la terraza a regar las plantas y a fumar dos flores tan mansas como el atardecer que una vez vivió en el campo (oh la llanura pampeana).
Me mostró la ventana y estaba muy bien, "tiene futuro" le dije.
El día que yo la ví aún le faltaba un poco de pintura, un marco de madera quizás, un vidrio encontrado en las inmediaciones del cementerio y detalles amorosos de último momento. Pero la perforación inmadura ya era ventana, tenía prácticamente todo para serlo. Y era hermosa, como la mujer que la inspiró.
3 comentarios:
Yo entablé vínculo con el balcón cuenta?
Creo que tengo otitis.
La palabra para verificar es: glerste
Muy lindo.
Lo leí detenidamente. Rescataría varias cosas como por ejemplo que nombres a las hormigas, y que hables de una ventana como una mujer.
Es una pena que la palabra "ventana" sea tan insulsa foneticamente hablando y tan maravillosa en su sentido.
tengo que dejar ciertos fetiches.
besotes mi gorartista.
maravilloso.
cómo me divierte armar las historias que quedan en los huecos de las historias que me cuentan, en los espacios entre los encuentros que el autor tiene con los personajes.
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