Todo, sin discriminar a ninguna parte salió sin amabilidad a través de mi boca. El inodoro reflejaba mis ojos desesperados y en el borde de la tabla yo pinté manchones con rebeldía y orgullo. Algo al fin salía de mi cuerpo. El egoísmo y el miedo se ahogaron entre los desgarros. Mi piel se ensanchaba, surgían sobre ella pequeñísimas gotas de sudor. Todo por amor.
Incómoda me retorcía en la cama. Las tripas chillaban en lengua hermética. Repentinamente empecé a temblar. El frío avanzó por los pies, todos los minúsculos pelos se erizaron. Me aseguré de estar bien protegida. La sábana me cubría y las dos frazadas estaban dispuestas a la perfección. Pero mi cuerpo continuaba sacudiéndose. Era ese frío militar e intransigente que no avanza ni cede, sugiriéndome que desconfíe de mis estímulos. Era un frío psicópata y despiadado. De algún modo me paré, busqué medias gruesas y un pantalón de invierno para retomar el combate de las colchas, seguir luchando sin tanta desventaja.
Y cuando al fin me acomodé para dormir, escuché desde lo hondo el rugido de un volcán, me destapé lo más rápido que pude y fui corriendo a humillarme otra vez frente al sillón blanco.
Todo por amor, estoy segura.
No dormí en toda la noche. O si acaso hubo instantes de ensueño las pesadillas continuaban con el juego del frío. Siempre había un mundo afuera que insistía en educarme.
A la mañana, muy temprano, me sentía paralítica. Mis huesos eran anclas pesadas hundiéndose. Era agotador tener el cuerpo tan presente, lleno de vida, deshojándose de una mente chata y miope.
Alguien vendría horas más tarde a ofrecerme pastillas para el dolor más sólo pedí agua con hielo. Finalmente logré conseguir un par de horas de siesta sin frío, sin cuerpo, sin nada. Un vacío paciente fue lo que hallé del otro lado.
29/11/2005
Incómoda me retorcía en la cama. Las tripas chillaban en lengua hermética. Repentinamente empecé a temblar. El frío avanzó por los pies, todos los minúsculos pelos se erizaron. Me aseguré de estar bien protegida. La sábana me cubría y las dos frazadas estaban dispuestas a la perfección. Pero mi cuerpo continuaba sacudiéndose. Era ese frío militar e intransigente que no avanza ni cede, sugiriéndome que desconfíe de mis estímulos. Era un frío psicópata y despiadado. De algún modo me paré, busqué medias gruesas y un pantalón de invierno para retomar el combate de las colchas, seguir luchando sin tanta desventaja.
Y cuando al fin me acomodé para dormir, escuché desde lo hondo el rugido de un volcán, me destapé lo más rápido que pude y fui corriendo a humillarme otra vez frente al sillón blanco.
Todo por amor, estoy segura.
No dormí en toda la noche. O si acaso hubo instantes de ensueño las pesadillas continuaban con el juego del frío. Siempre había un mundo afuera que insistía en educarme.
A la mañana, muy temprano, me sentía paralítica. Mis huesos eran anclas pesadas hundiéndose. Era agotador tener el cuerpo tan presente, lleno de vida, deshojándose de una mente chata y miope.
Alguien vendría horas más tarde a ofrecerme pastillas para el dolor más sólo pedí agua con hielo. Finalmente logré conseguir un par de horas de siesta sin frío, sin cuerpo, sin nada. Un vacío paciente fue lo que hallé del otro lado.
29/11/2005
2 comentarios:
Intransigente (esa palabra me trae recuerdos de charlas).
(muy buenas las new fotos con el gatitou. después quiero alguna. hurtaré)
muaaaaaaaaaa
pd. estoy dormida, después después.
El cuerpo es siempre presente.
Word: Devar. Variedad new-age del yoga.
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