01 marzo 2009

Al Fierro

Durante la noche se produjo el éxodo de los grillos. Se humedecieron las bolsas de yerba y pan, compenetradas más con el moho que con lo airoso, determinadas a perecer.

Una imagen de Molina Campos se desplomó del almanaque sacudida por el viento que entraba por la ventana.

El anciano dejó la puerta entreabierta al salir de la casa -mientras el peón echaba el último vistazo a la chacra-. Luego caminó sobre el pastizal en silencio y trepó al techo del silo para vigilar sus tierras.

Carmen, desde la cocina, lo siguió con la mirada. Sabía de las mañas del viejo y a veces sufría en silencio cuando lo sorprendía realizando actos que indicaban demencia senil.
No era esta la primera vez que a mitad de la noche lo pescaba saliendo en ropa de cama. Cuando no se iba al galpón a ver el John Deere destartalado, paseaba entre las vaquillonas, o se iba a pie hasta la tranquera, solitario y confundido.

¿Qué es lo que buscaba? ¿Qué pensamientos retorcidos le brotaban del corazón?
Carmen buscaba en estas preguntas alguna clase de respuesta pero al no hallar conclusiones hacía lo que mejor sabía: rezaba, torpe e inevitablemente.

Observó al veterano erguido sobre la cúpula y un haz de electricidad le atravesó el centro del cuerpo, inmediatamente junto sus manos y pidió a los santos por la salud del buen hombre.

Ir a buscarlo era inútil, su patrón no conocía el lenguaje de la súplica. Con el paso de los años la terquedad que lo caracterizaba en la juventud fue in crescendo hasta provocar el cansancio y la resignación de sus familiares y amigos más cercanos.

Invocó a su santo con tanto empeño y concentración que vio de repente un caleidoscopio de sombras crucificado sobre la pared, imágenes ciertas y terribles que anunciaban lo peor. No exagero cuando digo que el corazón se le detuvo. La mujer quedo tiesa.

La voz de un locutor la rescató del susto (era frecuente en aquellas épocas que el aparato de la radio perdiera por momentos más o menos largos la señal y quedara suspendida toda trasmisión en la más absoluta quietud).

Y salió corriendo por el campo llamando al patrón con todas sus fuerzas. “¡¡Bájese de ahí que es peligroso!!”, gritaba. Lo único que se movió fue un búho al cambiar de rama. “¡Por el amor de Dios, baje por favor!”, ningún eco, ninguna señal. Sin más remedio subió hasta el techo del silo, aferrada a la escalerilla y repitiendo para sus adentros el Ave María. “Pero por favor hombre, ¡lo que me hace hacer! Vamos, vamos, bájese ahora mis…”, no pudo continuar. En lo alto no había ningún hombre, en su lugar, un pequeño gato negro dormía con la cola enrollada.






(Esto corrobora mis intuiciones. Las semejanzas con la realidad distan de ser coincidencias.)

1 comentario:

carmela dijo...

Me gusto mucho.
Igual no puedo dejar de sentir cierta familiaridad por algunos de los hechos mencionados.
Tu paréntesis casi me engaña.

Seguí escribiendo así amiga.